La crueldad de la vida está en su simpleza; o vives o mueres, o trabajas o no, o eres un crack o del montón, o espabilas o te pisan... Para algunos, estas dicotomías infinitas constituyen eso que la vida tiene de bella. Sin embargo, en estos momentos estoy en el grupo del montón, de los que son pisoteados, de los que no trabajan... Tropecé y volví a rodar cuesta abajo, pero esta vez no encontré un árbol que me frenase: sin paracaídas hasta el fondo de una sima. Creí haber hecho cumbre y al menor despiste... Al menos ahora sé con certeza que no puedo bajar más, ni empeorar. ¡Viva el ouzo!
Desde hoy: luchar con todas mis fuerzas para llegar tan lejos como pueda.
5.10.2009
5.03.2009
5.01.2009
Equilibrio en la pintura
El equilibrio en una obra es tan importante como el tema o el objeto tratado. Una composición poco afortunada puede echar a perder todo el trabajo, suscitando una angustia y un sentimiento de rechazo hacia el cuadro. Mostraré aquí algunos de los ejemplos más clásicos de composición armoniosa.
El paisaje de montaña, con el cielo recluido en el cuarto superior del espacio, refuerza la fuerza que transmite la montaña, con sus altas cumbres. Algo menos de la mitad del cuadro está ocupada por colores más oscuros -verdes- y el resto por colores claros -cumbres nevadas y cielo despejado-. Dando más espacio a las tonalidades claras se compensa el "peso" de los colores vivos que cubren el primer término -la zona más próxima al espectador-. Asímismo, unos verdes aún más intensos, los árboles de la derecha -la circunferencia-, se han "arrinconado" para conseguir el equilibrio en el primer término.Las líneas confluyen a una casita solitaria, enfrentada al inóspito paraje; esta composición evoca una sentimiento de crueldad en el receptor.
Esta vez los árboles, más pesados -tonos más vivos-, están en la esquina izquierda, si bien se ha respetado la proporción 1|2 para conseguir nuevamente un primer término agradable. Aquí se huye de la rudeza tramontana, con unas líneas curvas y suaves, que a su vez, generan un movimiento en la composición de carácter ascendente:
se invita al paseante a adentrarse en este cálido paisaje.
En el dibujo de la playa, se ha divido el espacio en dos rectágulos iguales. Esto se debe a que el agua, reflejando fielmente las tonalidades del cielo -anaranjados del atardecer- se comporta como un espejo; cualquier otra proporción distinta de 1|1 en en un cuadro tan estrecho hubiera roto el equilibrio. Al igual que el anterior, ajustamos el sol, el elemento más "pesado", en el tercio izquierdo. Su peso supera al de los barquitos del centro "sumados" a los de la costa de la derecha, por lo que los equilibramos añadiendo un trozo de playa, a la cual se ha le dado una línea curva para que de alguna forma refleje la curvatura de la costa en la derecha -mantemos el espejo que definió la proporción 1|1-.
El dibujo de la calle recoge otro esquema clásico de las proporciones: el punto de fuga -el punto en el cual convergen todas las líneas- se ha desplazado al extremo derecho del cuadro. Las leyes de la perspectiva exigen líneas con todas las inclinaciones posibles -desde las de la acera, ascendentes, pasando por las del balcón, horizontales, hasta las de los tejados, descendentes- confluyendo del un único punto. La invitación del paisaje con el camino vallado se convierte aquí en una exigencia del pintor para con los espectadores. Esta ruta ineludible se compensa con un cielo amplio que ocupa casi la mitad del espacio, dejando así una escapatoria al caminante. Se juega también con las distintas alturas de la línea de casas para relajar las formas y conseguir de nuevo el equilibrio; estas "libertades" dan respiro al obligado espectador.
En el bodegón se compensa la oscuridad del fondo subiendo la línea de la mesa, llena de luces. La fuerza de las líneas horizontales se contrarresta con la verticalidad de la botella y la cesta, que dulcifican las líneas y hacen resaltar el vaso. Al situar al vaso un poco más atrás que los otros objetos, se está reforzando la convergencia de las líneas en el vaso: el bodegón es el vaso. Se juega con las sobras que flanquean la luz de la mesa.
El último de los ejemplos representa al equilibrio mismo: proporción 1|1 en la vertical y división en tres partes de la horizontal. El tercio superior contrasta con el tercio inferior: la oscuridad del atardecer frente a la claridad del agua viva bajo la cascada. Al reducir el espacio del cielo, se refuerza la verticalidad que de por sí transminte la cascada; fragilidad ante la imponente Naturaleza.
El paisaje de montaña, con el cielo recluido en el cuarto superior del espacio, refuerza la fuerza que transmite la montaña, con sus altas cumbres. Algo menos de la mitad del cuadro está ocupada por colores más oscuros -verdes- y el resto por colores claros -cumbres nevadas y cielo despejado-. Dando más espacio a las tonalidades claras se compensa el "peso" de los colores vivos que cubren el primer término -la zona más próxima al espectador-. Asímismo, unos verdes aún más intensos, los árboles de la derecha -la circunferencia-, se han "arrinconado" para conseguir el equilibrio en el primer término.Las líneas confluyen a una casita solitaria, enfrentada al inóspito paraje; esta composición evoca una sentimiento de crueldad en el receptor.
Esta vez los árboles, más pesados -tonos más vivos-, están en la esquina izquierda, si bien se ha respetado la proporción 1|2 para conseguir nuevamente un primer término agradable. Aquí se huye de la rudeza tramontana, con unas líneas curvas y suaves, que a su vez, generan un movimiento en la composición de carácter ascendente:
se invita al paseante a adentrarse en este cálido paisaje.
En el dibujo de la playa, se ha divido el espacio en dos rectágulos iguales. Esto se debe a que el agua, reflejando fielmente las tonalidades del cielo -anaranjados del atardecer- se comporta como un espejo; cualquier otra proporción distinta de 1|1 en en un cuadro tan estrecho hubiera roto el equilibrio. Al igual que el anterior, ajustamos el sol, el elemento más "pesado", en el tercio izquierdo. Su peso supera al de los barquitos del centro "sumados" a los de la costa de la derecha, por lo que los equilibramos añadiendo un trozo de playa, a la cual se ha le dado una línea curva para que de alguna forma refleje la curvatura de la costa en la derecha -mantemos el espejo que definió la proporción 1|1-.
El dibujo de la calle recoge otro esquema clásico de las proporciones: el punto de fuga -el punto en el cual convergen todas las líneas- se ha desplazado al extremo derecho del cuadro. Las leyes de la perspectiva exigen líneas con todas las inclinaciones posibles -desde las de la acera, ascendentes, pasando por las del balcón, horizontales, hasta las de los tejados, descendentes- confluyendo del un único punto. La invitación del paisaje con el camino vallado se convierte aquí en una exigencia del pintor para con los espectadores. Esta ruta ineludible se compensa con un cielo amplio que ocupa casi la mitad del espacio, dejando así una escapatoria al caminante. Se juega también con las distintas alturas de la línea de casas para relajar las formas y conseguir de nuevo el equilibrio; estas "libertades" dan respiro al obligado espectador.
En el bodegón se compensa la oscuridad del fondo subiendo la línea de la mesa, llena de luces. La fuerza de las líneas horizontales se contrarresta con la verticalidad de la botella y la cesta, que dulcifican las líneas y hacen resaltar el vaso. Al situar al vaso un poco más atrás que los otros objetos, se está reforzando la convergencia de las líneas en el vaso: el bodegón es el vaso. Se juega con las sobras que flanquean la luz de la mesa.
El último de los ejemplos representa al equilibrio mismo: proporción 1|1 en la vertical y división en tres partes de la horizontal. El tercio superior contrasta con el tercio inferior: la oscuridad del atardecer frente a la claridad del agua viva bajo la cascada. Al reducir el espacio del cielo, se refuerza la verticalidad que de por sí transminte la cascada; fragilidad ante la imponente Naturaleza.
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