12.18.2009

Filósofos griegos

Mientras que Parménides identifica la realidad de las cosas con el "ser" como algo inmutable y eterno, Anaxágoras interpreta la realidad como una amalgama de semillas dirigidas por el "nous" -o inteligencia cósmica-. En uno de sus textos llega aún más lejos, advirtiendo ya la presencia de átomos y de vacío entre éstos, para formar planetas a merced de los envites del azar como fuerza unificadora y destructura de las cosas.
El concepto de Parménides sobre la realidad condiciona su concepción del ser. Parménides define la realidad como la unión de dos sustratos, uno de ellos perceptible y que es el que captamos a través de los sentidos; el no ser, y el otro que es la esencia misma de las cosas, oculta pero imprescindible para comprender la realidad. Esta esencia como episteme es inmutable, eterna y sólo una pues de haber más, o cambiar habría que admitir la existencia del no-ser, cosa que Parménides rechaza. Es por tanto una definción abstracta y un tanto estática. Protágoras, en cambio, establece una postura sobre el ser más concreta y dinámica al proponer el ser como un proceso recíproco de conocimiento entre el entorno y el hombre, al que le otorga un primerísimo papel de "medida" para las cosas. Protágoras sostiene que no hay una verdad absoluta y universal, sino únicamente relativas y subjetivas, las cuales dependen de la percepción de cada persona. La "medidad de todas las cosas" no se refiere al ser humano en general; más bien a cada individuo en particular. El ser para Protágoras es el parecer del hombre a las cosas y el parecer de éstas al hombre. Gorgias por su parte, se opone a Parménides y Protágoras al negar la existencia del "ser". Niega la existencia del ser porque su concepto de realidad es el de la "doxa" -opinión- en la cual, como sostenia Parménides, no hay ser. Toma la realidad como algo aparente.

*DOXA: describe un elemento no fijado y dependiente del sujeto que lo sostenga; por lo tanto, cambiante.

12.17.2009

El frío y nada más

Cada vez con mayor frecuencia, me asaltan momentos en los que la soledad me embarga por completo. Me quedo entones paralizado por el miedo a mis fantasmas, que en esos ratos con la guardia baja, acuden a vapulearme y a desgarrar las heridas mal cerradas del pasado. Supiro, agacho la cabeza y me encierro aún más, en un túnel del que veo difícil salir ileso.


¡Mis fallos son míos, y de nadie más, así que dejadme en paz, seres infernales!